Llovía, estoy casi seguro que llovía. De otra forma, podría acordarme de los eventos de aquella noche con otra calidad de detalles y no de la forma en que ahora se me presentan.
Digamos que llovía, que era la noche de Navidad y que por una “extraña suerte” había conseguido un taxi libre, justo una hora después de que hubieran dado las doce de la noche. Ese había sido un día largo, había viajado muchas horas para llegar a cenar en casa de mis padres y ahora, huía de allí, sumido en una borrachera mansa y el animo rendido por la melancolía. En la mano, una botella de vino a medio terminar y en la cara, la expresión de un ahogado, indicando a un taxista agobiado un destino a media hora de distancia.
En el taxi, los vidrios empañados y la radio baja que no deja de retransmitir mensajes de los oyentes: “Estela le dice a Franco, que lo espera para dormir y que es el amor de su vida. Poroto le dice a los abuelos que tiene una gran noticia que dar pero que va a llegar tarde. Martha saluda a su marido, que es camionero y le dice que maneje con cuidado…” Y por fin, la canción: “I´ll be home for Christmas”. Entonces si, mirar afuera como la gente llega a sus citas o las abandona con chicos en brazos ya dormidos, se parece mucho a un bienestar. Por un momento, en aquel taxi, puedo ver en perspectiva y respirar hondo. Me digo al fin y para mi: Feliz Navidad.
Lo que sigue comienza a borronearse en mi memoria. Supongo que, al calor del vino y en la oscuridad del taxi me dormi. Aun, cuando pude resistirme y faltando muy poco para llegar a destino me dormí, con pesadez y sin culpa. Entonces, paso lo que paso, que apenas si puedo explicármelo.
Lo primero, un sonido de golpe seco, y el auto que cambia raudo de carril hasta enfrentarse a los autos en sentido contrario. Lo segundo, otro golpe, esta vez mas fuerte, algunas frenadas y ya, por fin, silencio. Cuando logro reaccionar, me veo en la parte delantera, habiendo roto el asiento del acompañante, justo debajo del panel, con la botella de vino, aun en la mano. Con la mirada busco al taxista al que le sangra la nariz pero este no reacciona. El vidrio delantero esta estallado y no puedo ver mas. Trato de incorporarme, hablando a aquel pobre diablo, pero este no se mueve, esta aferrado al volante con los ojos fijos, bien abiertos. Por la ventanilla del lado del conductor un hombre se acerca lleno de ira y sacude al taxista por el brazo, pero nada, no se mueve. Le da voces y hasta llega a darle una cachetada en la cara y recién ahí, el taxista parpadea largo y puedo oírlo respirar. El hombre, de pie en la calle, me mira sin poder creer lo que esta viendo: ¿Estaba dormido?
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