
Un tipo en el quinto piso escribe los horóscopos de un diario de la mañana. Escribe pensando en la gente que conoce de cada signo, a veces aconsejando, otras consintiendo y algunas, llamando a la acción. Conoce a una persona de cada signo y en esa persona piensa cuando escribe. Piensa amorosamente y aconseja lo que cree valido, útil y oportuno para la vida de cada uno, todo desde su breve punto de vista. Pero hay un signo del que no conoce a nadie. Ese signo se lo deja para el final, cuando los otros once ya están escritos y ya tienen tarea para el día. Entonces si, se para, camina un poco y piensa en ese personaje enigmático al que, por desconocimiento, le confiere cierto poder. A ese signo, le habla seriamente, con distancia, a veces, otras con frialdad, casi siempre de forma impersonal y vaga. Para el tipo, ese signo, esa persona que no conoce es la fuga, es el lugar por donde su oficio se va por el caño. Todas las tardes, cuando prepara los horóscopos del día siguiente y repasa los del día anterior, piensa en ese personaje como en un lector superior.
Abajo del tipo existe otro tipo, en el cuarto, que todas las mañanas se levanta entre palpitaciones y, entre palpitaciones, se llega a la puerta para levantar el diario y mirar su horóscopo, aunque su horóscopo no diga nada en especial. Su horóscopo suele ser frió, serio y distante. Todas las mañanas ese tipo se siente un poco menos el, siente que desaparece un poco.
El tipo del quinto teme al tipo del cuarto y viceversa, ninguno de los dos sabe demasiado del otro, solo saben que sus vidas se hallan superpuestas y que habrán de saludarse con distancia si les toca compartir el ascensor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario