Creo que lo mejor será acostumbrarse: el mundo no va a ser mucho mejor de lo que es ahora. Quizás, todavía, puede ser un poco peor. Pesimismo aparte, a veces la historia se parece a unir una línea punteada.Sería realmente útil abandonar la idea de que un mundo mejor es posible porque no lo es y porque nos descansaría a los que, como uno, siente culpa de no estar dándolo todo por una causa perdida en un país del tercer o cuarto mundo. Y no es posible hoy, al menos, con las cosas como están, pero, por sobre todo, no con este corazón que tenemos puesto. Hará falta más, quizás, un vuelco del corazón.
¿Porque razón los pocos que controlan mucho renunciarían a seguir mandando?¿Podéis imaginar a ese hato de delincuentes dejándolo todo de la noche a la mañana? Pues no. Y lo peor es que no son muchos, serán veinte, quizás menos, pero son los que nos tienen en el puño. Pensemos, también, casi como una regla, que siempre hay más chances de que un hombre bueno se corrompa a que uno malo cambie de opinión, es estadística.
Lo que es todavía más triste, es que no existe un malo que podamos caracterizar, con ojos helados y una barba puntiaguda, existen “intereses” creados por esta panda de malvivientes, intereses ficticios, superpuestos, sobrevalorados, efímeros, etc. Como sea, estos “intereses” pueden asociarse a cualquier palabra menos a la palabra “común”, menos al imaginario de “interés común”.
Además, ser de los malos es redituable, te consigue buenos asientos en los conciertos y hace que vivas más y mejor. A un lado cualquier tipo de consideración moral, los malos tienen ventaja: se unen, no argumentan y están dispuestos a todo.
Los buenos, que son muchos, no hay dudas, y muy capaces, algunos, a la larga pierden envión y todo termina en nada. Parece cosa de no acabar, los malos por delante, en un camino que se inventan a medida que avanzan, de cara al abismo. Nosotros detrás, a ciegas y tontas.
Que nos necesitan, claro. Mano de obra barata que día a día pone a andar la vieja maquinaria de hacer dinero y nada más. Se va a la guerra y a las urnas por dinero, se saquea y se falta a la verdad, se atropella y machaca el último aliento de humanidad de ser necesario y todo, por un trozo de papel triste, apenas un símbolo. ¿Podéis imaginar una civilización más precaria?
Este es el mundo en el que vivimos, no otro. Pero tampoco hubo un mundo anterior más justo, no hay un “paraíso perdido” que anhelar, por eso también suena un poco grande la idea de que “un mundo mejor es posible”. Sera momento de adecuar. Otro mundo es posible: si, técnicamente sí. ¿Otro mundo, mejor, es posible? Pues no, no al menos en el corto plazo.
Claro, es sano tener metas, objetivos grandes que mantengan el espíritu en alto y nos ayuden a avanzar por la vida, de la que sabemos tan poco. Pero llega el momento, obligada maduración, de pensar que quizás los objetivos grandes están hechos para los grandes hombres y, lamento decirlo, si estás leyendo esto y no a punto de perder una pierna en algún país en llamas, toca aceptarlo, uno es “uno más”. Tendrás un trabajo, que odiaras o no, una mujer y algunos amigos, tu vida va en una línea recta, pero no te preocupes, la trampa estaba tendida mucho antes de que pudieras hacer nada.
Quizás también convendría aceptar que la “gran historia” o la “épica”, si se quiere, terminaron. Que no quedan causas puras, que vivimos a merced de los medios y que los medios hoy, como nunca, están trabajando a sueldo, están haciendo prensa de sus propios intereses, y especulando con nosotros. Hoy las proclamas son posts y lo que sucede puede resumirse en ciento cuarenta caracteres, la lectura de la realidad se estrecha hasta caber en un recuadro. Está mal, está muy mal, pero nos acostumbramos a desayunar guerras, hambrunas, desastres naturales y tanto, que ya no podemos sentir, que ya no hay fotograma que nos sacuda. Lo que hicieron, lo hicieron bien y sin saber cómo, nos quedamos mirando una pantalla en blanco, viendo como el mundo se afea todos los días un poco más y adentro, solo un tac-tac-tac… que golpea, tonto, y no atendemos, no queremos atender.
¿Qué queda, entonces, para llenar el hueco que dejan los ideales cuando se van por el caño?
Queda, como queda siempre, despertar al hoy, volver la página sobre la propia experiencia. Queda la otra revolución, la posible. Una muy poco espectacular, una que no será portada pero que podría cambiar para siempre la propia historia. Una revolución sin muertos ni heridos, al contrario, una revolución hecha para “salvar” vidas. Una que empieza apagando la tele, la radio, el móvil, una que empieza levantando la vista y mirando alrededor. Una que empieza mirando para tratar de ver. Una que habla de revisar los papeles del corazón, una que habla de revisar las posturas, las ideas que damos por buenas. Una que apunta a franquear la indecible distancia entre dos seres. Ahí donde caen las expectativas, las ideas, la ilusión… A veces parece suficiente estirar la mano para alcanzar a alguien, pero no lo es. Esa distancia entre dos seres, que es lo que no sabemos, es donde se siembra la discordia y crecen los imposibles.
Nos preocupa la mente, pero que poco sabemos del corazón. Sabemos que es un pozo, donde vamos arrojando lo que sentimos, lo que nos frustra, lo que soñamos y nada más.
Pero, ¿qué sabemos del otro? ¿Qué sabemos de su lucha? Estamos rodeados de héroes, no podemos saber cuántas personas están dispuestas a ayudar al otro sin mirar, pero supongo que son muchas, muchas más de las que pensamos.
En este preciso instante hay gente diseñando herramientas para matar eficientemente, hay gente marchando hacia su destino y hay un tipo que pone el despertador a las ocho, porque mañana su cuento sigue, justo donde lo dejo. De ese tipo no sabemos nada y es ese tipo, el puente hacia el mundo, hacia ese otro “mundo posible”.
Es ese vecino, colega, pareja o pariente al que deberíamos asomarnos para aprender de él, que en el fondo no será otra cosa que aprender sobre nosotros mismos. Porque en él se representa el drama que nos acojona, en él está, resumido, el mapa que puede sacarnos de este caos. Hay un otro y es en el otro donde me veo y si puedo conectar con su drama, entonces hay esperanza.
Si puedo “sentir” con el otro, entonces puedo entender, entonces somos dos y más allá, ¿Quién sabe? El compromiso, la historia en común y la réplica llegaran, por la simple alegría de compartirse. No es grande pero es importante. Parece sencillo, pero no lo es. Es lo que podemos hacer, a partir de mañana mismo. No hace falta que suceda o deje de suceder nada más.
Ahí, quizás, este el vuelco. En encontrar lo que nos une, en sacar la piedra negra del corazón que nos hace mirar al otro sobre el hombro, como a un extraño, como a algo separado de uno. Que lejos estamos y cuanto valor hace falta para ver al otro a la cara y reconocer que somos parte de este mundo, así como esta. Y que, quizás, aunque parezca tonto, aunque suene lejano, una masa crítica de personas pensando en esto podría, a la larga, hacer una diferencia de fondo.
Hará falta estirar la mano, poner la oreja y recomponer, poco a poco, lo que sea que nos une, lo que sea que pueda servir de sustento, en un futuro improbable, a una sociedad apenas más integrada, quizás, un poco más humana.
Vivimos en un mundo desordenado, injusto, violento pero también maravilloso y extraño. Eso, y aun cuando el mundo se vaya al carajo, que viva la revolución posible, la de todos los días.
No hay comentarios:
Publicar un comentario